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La casa de la Noria


Quizá no es la mejor forma de empezar o según se mire, de volver. Aunque después de tanto tiempo, es mejor empezar de nuevo.
Aquí estoy, no quiero demostrar, ni demostrarme nada, y por simple que suene sólo quiero volver a sentir, conectar con mis entrañas, volver a ser yo, mi yo que se sentía atado y libre a la vez. He estado dos años embotada, cerrada emocionalmente en mi ansiedad continua por no expresar lo que no sentía hacía ti. Aunque eso ya no tiene importancia…porque a pesar de todo aún te quiero.

Estoy aquí, congelada, estática, observando tras mi ventana, durmiendo sin dormir y andando hacia ningún lugar. Porque allá hacia dónde voy el camino se acaba y lo he de desandar mientras voy mirando la punta de mis zapatos. Ilusión y desilusión. Es un columpio con dolorosas embestidas. Todo lo que sube baja, no paro de repetírmelo, últimamente quizá demasiado. Y es que mi sensibilidad hace que un pequeño detalle se convierta en una acometida cruel. Lo mejor es que mi pensamiento se lo permite, de forma burlesca, se regocija. Se deja arruinar entre las riquezas del día a día.

Son susurros mis sollozos, bailes, como hojas que van cayendo a su suerte con el movimiento del viento, lágrimas que se resbalan y finalmente caen. Silenciosas y humildes. Nadie las escucha o las guarda.

Y sin embargo, estas ahí, al otro lado desde el primer día. En verdad todo va bien, va genial. Te imagino con una sonrisa en la cara. Y no entiendo nada. Quizá ese es el problema, no sé que hacer contigo. Estoy en una noria que sube y baja. Hoy he pisado tierra y he mirado hacia atrás. Me mareo al ver lo construido en una semana. Y sin querer me burlo de mi. Cómo si construir fuera bochornoso. No, no quiero que sea así. Y a las horas miro con ilusión la noria, porque quizá mañana vuelva a subir. 

Miedo. Llamémosle por su nombre.

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