Un fin de semana arriba, muy, muy, muy arriba ha sido suficiente. Ya no lo soportaba más. El desgaste ha sido excesivo, estoy rota, cansada. Lo peor de todo es que ha sido inevitable. Mi Olga maníaca ha construido una ciudad entera sin mi permiso.
Yo la miraba perpleja, mientras la iba guiando y dando pasos para construirla, pero no me hacía caso, como si yo no estuviera, como si no me escuchara. Creo que está sorda. Yo la veía como alzaba torres presuntuosas y admirables con adornos brillantes y lustrosos. Creo que hasta se me calló una lágrima al observar aquel paisaje.
Lo que tenía que pasar pasó. Esa ciudad construida en un día y con mínimos recursos se ha destruido de la misma forma que se creó. Era previsible. Mantenerla iba a ser demasiado costoso y complicado, la cantidad de canteras necesarias debe ser inimaginable. Así que, por ahora allí, no se puede vivir.
Tranquilos, no os preocupéis, estáis a salvo, he mentido a Olga maníaca en un bote y de aquí ya no sale.
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