Estamos adentrándonos en una gran crisis y que aunque los políticos lo nieguen, hacía tiempo que se veía venir. En las tiendas todo está carísimo, sin embargo, en mi trabajo no me pagan más de cinco euros la hora. Por suerte o por desgracia, hago pluriempleo y por trabajar la mitad de lo que trabajo por las mañanas, gano lo mismo por las tardes. Y aun así, no siempre soy mil-eurista. Pero ahora, no tengo preocupaciones porque todavía vivo en casa de mis padres (y esto lo digo mientras se me cae la cara de vergüenza, para los que no me veáis).
No, no es la primera vez que me lo planteo. Pero hoy lo he vivido como una pesadilla. A partir de los treinta mis máximas preocupaciones serán si podré pagar el alquiler, o la hipoteca (que no se que es peor), la comida, el agua, el gas, la electricidad, unas bambas nuevas, una sudadera, un pantalón, un abrigo, un libro, el teléfono, el transporte, un CD, las lentillas, cursos de formación, el tabaco, un concierto, internet, preservativos, vacaciones. La cuestión, es que, más que preocupaciones serán realmente problemas.
Si lo pensamos bien todo lo demás son simples preocupaciones. De pequeño te puedes preocupar si no has hecho los deberes, si la barbie ha perdido los zapatos, si has vuelto a jugarte canicas y las has perdido todas, de ser el primero en la fila, si la plastilina se ha llenado de mierda o de un color gris asqueroso. Un poco después te preocupa… si el chico que te gusta te ha mirado o no, que no se te vea ese horroroso grano que te ha salido esa mañana, que tu mejor amiga se va a vivir fuera, si ese verano no podrás ir al pueblo, quieres darle un beso a un chico y no sabes cómo, tu mejor amiga pasa de ti y se va con otra, qué estudiarás más adelante…
Ahora, creo que hay pequeñas preocupaciones que parecen darle un pequeño punto de emoción a la vida. Pero si hablamos de dinero… la cosa cambia.
Pues yo tengo las preocupaciones de ninyo y los problemas de adulto todo junto... Eso ya es masoquismo, digo yo. Te veo pronto en barcelona. Un beso
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