A veces, nos hacemos daño a nosotros mismo sin darnos cuenta. En ese momento, todo nos da igual y el sufrimiento es como una manta que te cubre todo el cuerpo te lo anestesia y a partir de ahí ya no sientes nada. No te importa el dolor, no te importa sufrir, te arriesgas, te atreves a hacer cualquier cosa. La más absurda, la más peligrosa. Pero te da igual, porque ya no sufres. El dolor ha dejado las neuronas dormidas. La endorfina recorre el cuerpo. Ya nada importa. La mente se queda plana, vacía, ya no piensas, solo actúas y te dejas llevar por el viento, por las olas.
Después, todo se convierte en una espiral. La gente te echa en cara lo que hiciste, lo que haces, hablan, intentan que razones, te argumentan, te cuentan, te aconsejan, te critican, como si ellos lo supieran hacer todo bien. Así, vuelves otra vez a dejar de sentir.
Todo el mundo comete errores, pero no son errores, nunca nos equivocamos sino que seguimos nuestro impulso, nuestras opciones, nuestro saber, nos dejamos fluir por el momento, la situación, las circunstancias. Fluyo así y así es como tuvo que ser, sin más. Vuelvo a evitar, y qué, vuelvo a tener paranoias, y qué. ¿Te olvidaste? eres bipolar.
No quiero que nadie más me diga lo que tuve o tengo que hacer.
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